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LUIS FERRERO LITRÁN - ESCRITOR

El autor presenta en Salamanca ´Las luces de Oita' que se ambienta en Japón y el fenómemo de los 'hikikomori'

Miguel Elias y Luis Ferrero Litrán / WORD

«Hay más personas que dan la espalda al mundo en que viven de las que pensamos»

Hablamos con Luis Ferrero Litrán, el escritor leonés que, tras dieciséis años viviendo en Asia, presenta en la librería Víctor Jara, acompañado por el pintor y profesor de la Universidad de Salamanca, Miguel Elías Sánchez, su novela «Las luces de Oita». Ambientada en esta ciudad japonesa se adentra en el fenómeno hikikomori y nos muestra un Japón a veces cercano, otras crudo, y siempre singular. Con sutiles tintes “noir” nos ofrece un paseo por el país nipón a través de unos personajes que encarnan y sufren el modo de vivir en el seno de una ciudad desarrollada y moderna. Con su particular visión nos adelanta lo que muy probablemente suceda en otras muchas ciudades occidentales en los próximos años, o quizás, esté sucediendo ya. 

Un anuncio de suicidio se filtra en el Oita Journal, uno de los periódicos de mayor difusión en la prefectura de Oita. Así arranca tu novela: Las luces de Oita. 

Esa nota de suicido marca el ritmo de la novela. Hay una primera parte más introspectiva y una segunda en la que todo se precipita a una velocidad vertiginosa. A lo largo de la novela hay dos líneas que se entrelazan: la del suspense por saber qué o quién está detrás de la nota de suicidio y la de la cotidianeidad, contada por unos personajes que encarnan el Japón actual: moderno, competitivo, agresivo y también, sensible hasta sangrar.

 

La trama gira en torno a unos personajes muy especiales: los hikikomori ¿Quiénes son?

Un hikikomori es una persona que se aísla, que decide dar la espalda al mundo en el que vive. Se siente extremadamente sola, tanto que no le importa recluirse en su propia casa, incluso en su habitación, durante meses, años o, no pocas veces, el resto de su vida. En su aislamiento busca, paradójicamente, librarse de una soledad que lo atenaza. Huye de una sociedad de la que necesariamente tiene que formar parte pero en el que, por diversísimas razones, no encaja. 

Cuando en el año 1998 el psicólogo japonés Saitō Tamaki definió este concepto, cifraba en 500.000 los hikikomori que vivían en Japón, en recientes revisiones acerca la cifra a los 5 millones. ¿Te imaginas: 5 millones de personas recluidas voluntariamente en sus casas?

 

¿El hikikomori es un fenómenos que se circunscribe a Japón?

Surge en Japón donde se dan unas características peculiares que lo propician: sociedad super modernizada, preponderancia de los valores de la comunidad sobre el individualismo, hiper dependencia de la comunicación digital… pero ya es un problema en Corea del Sur o en China. Y en Europa, ya hace años que se detectaron los primeros casos, por supuesto, también en España. Hay muchos más hikikomori viviendo cerca de nosotros de los que podemos imaginar. 

 

¿De dónde surge la idea de escribir un libro sobre Japón y concretamente sobre los hikikomori?

Durante dieciséis años he tenido la suerte de vivir a caballo entre China, Japón, Corea del Sur y el sudeste asiático. Durante mis viajes de trabajo a Japón y a Corea del Sur me llegaban continuamente historias desgarradoras de personas, jóvenes en su mayoría, que se habían convertido en hikikomori. Intenté entender qué lleva a alguien a dar la espalda a una vida en comunidad.

¿Y qué encontraste en esa búsqueda?

La novela no pretende dar soluciones; solo acompañar a los personajes y plantear preguntas para las que ellos, en ocasiones, encuentran sus propias respuestas. Por ejemplo: ¿qué lleva a aislarse a Kurumi: una brillante arquitecta en pleno despegue de su carrera profesional? ¿Por qué Natsuki, una periodista que lo tiene todo para triunfar, corta con su vida exterior y deja de hacer todo lo que hasta entonces le merecía la pena, hasta lo más simple y placentero como salir a correr cerca del río ? ¿Por qué Yoshio solo se encuentra a gusto detrás de una pantalla y no en contacto con las personas? 

 

¿Tus personajes se inspiran en personas reales o son completamente ficticios?

Los personajes se inspiran en alguien real, eso hace que tengan un carácter reconocible para el lector. En lo que se refiere a la parte creativa me ayuda visualizarlos a través de alguien para después ir construyendo el personaje que, finalmente, no tiene mucho que ver con el real en el que me inspiré. Pero pienso que esa deconstrucción de la que me valgo no es importante. Las personas no somos lineales, presentamos miles de aristas que tratamos de esconder y que sí son comunes en muchos de nosotros y nosotras. Esos lados ocultos son los que me atraen y en los que me he centrado para desarrollar los personajes. 

 

En la novela vemos el mundo a través de los ojos de los hikikomori y concretamente de su psicóloga, Saya, que nos ofrece una ventana para adentrarnos en su psiquis. ¿Te resultó difícil ponerte en la piel de jóvenes japoneses?  

Saya es esa ventana de la que hablas a través de la que podemos acceder a los espacios, también físicos, de los personajes. Pero a medida que avanza la novela nos olvidamos de que son hikikomori y de que son japoneses, se convierten en personas de carne y hueso. Hablamos entonces de emociones y sentimientos, en ese ámbito no hay fronteras, solo seres humanos.

 

Y en ese juego hay alguien que parece aportar algo de cordura o de rumbo y curiosamente es un artista, un pintor que solo encuentra la felicidad o algo parecido cuando pinta. 

No sé si es felicidad o más bien libertad lo que nos muestra Arito, ese pintor al que te estás refiriendo. En la novela parece que las lecciones más simples sobre la vida vienen de alguien capaz de crear. A través del proceso creativo aporta luz y lo hace desde dentro, entendiendo que para crear y salir adelante es preciso entender el sufrimiento que encarna el proceso. 

 

Da la impresión de que en la novela hay una forma de entender el erotismo más como un modo de describir a los personajes que de recrear una escena concreta. ¿Es deliberado?

Creo que lo que nos diferencia, especialmente en las relaciones personales, no es solo lo que hacemos sino cómo lo hacemos. Esas secuencias que nos permiten visualizar cómo se comportan los personajes en la intimidad más profunda, creo que reflejan más de ellos mismos que todo un capítulo detallando los rasgos de su personalidad. 

 

Se dice que en hay tantas formas de entender una obra, en este caso una novela, como lectores. ¿Qué encuentras tú en la lectura de Las luces de Oita?

A mí me aporta muchísimo escuchar las reflexiones que me llegan de los lectores de las «Luces de Oita» porque me permiten descubrir aspectos que no tienen por qué ser los que yo había visto a pesar de ser el autor. Me hablan de amor, de desamor, de soledad, de distancias y reencuentros entre padres e hijos, de cercanía… Ese paseo que emprendemos con la lectura de una novela lo hacemos desde distintas miradas, así que a pesar de que el escenario sea el mismo nos acaban llamando la atención cosas muy distintas. ¿Estaban todas ahí? Sí, pero por las circunstancias de cada uno adquieren mayor o menor importancia. Esa forma abierta en la que se entiende una realidad me parece que es sinónimo de riqueza.

 

¿Qué es lo más bonito que te ha dicho algún lector de Las luces de Oita?

Que luchara para que fuera leída. 

 

¿Y lo menos bonito?

Creo que se lo han callado. 

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