MISS MOON

Entre relatos que laten como mantras y viajes que rozan el alma, Miss Moon es una novela que cruza orillas: Oriente y Occidente, cuerpo y espíritu, palabra y silencio. 


Ambientada en la isla tailandesa de Ko Chang, cuenta con personajes memorables. Algunos reales, como el monje Quảng Đức, vertebrador iniciático de la novela, cuyo sacrificio dio pie a una de las icónicas fotografías de Malcolm Browne que cambiaría la historia del periodismo del siglo XX. Otros ficticios, como Karna, estrella y antihéroe de la novela, kathoey de dudosa reputación y extraordinario talento para el baile. Y, la mayoría, mundanos y equidistantes entre esos dos mundos: así es Tom, australiano, escritor de prestigio, soldado retirado, enfermo de balas y de celos; o Naoko, un ilustrador japonés refugiado en la isla y en el alcohol que termina por convertirse en una especie de libertador a través de, nada menos, la escritura. Alrededor de todos ellos, una caterva de no tan secundarios acompañantes para hacer entender al lector cómo es la vida de una kathoey, en un notable esfuerzo que para un occidental equivaldría a comprender cómo es Asia, Asia entera.


En lo literario, Miss Moon presenta una estructura novedosa: de su interior surge una segunda novela. Aparece esta como una bombilla en medio de otra luz para hacer hablar a la literatura desde dentro de sí misma y despejarnos un camino directo al mundo interior de los protagonistas. Precisamente, ese empeño constituye el elemento más noir de esta historia que, más que procurar la resolución del misterio que plantea, explora la psicología de los personajes y, de paso, la perversión de la sociedad.


La intensa prosa de Miss Moon, a veces lírica, ha sido escrita con esa clara intención de captar la realidad íntima y hacerla trascender. Para ello, Luis Ferrero interpela al lector, le hace sentir en sus carnes el dolor de la ruptura, la experiencia criminal que nace de los celos y la aparente sumisión asiática de la víctima. Y cuando todo hace presagiar, como un misterio que se enreda, que la palabra que se lee, ha de arrojar solo destrucción y odio, encontramos entonces que no es así, que, muy al contrario, la novela tiende puentes, apacigua y da esperanza.

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