Web oficial del escritor Luis Ferrero Litrán

ARITO

   A Arito siempre le había fascinado el proceso de creación artística y la posterior convivencia con el resultado, más aún si tenía lugar de forma natural. Era algo que creía haber visto en algunas de las fotografías de Dalí, el famoso pintor tan admirado en Japón, tomadas durante el tiempo que permaneció en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Aparecía, junto con algunos de sus amigos —también artistas del momento—, en la que debió de ser su habitación. De sus paredes, colgaban algunos de los lienzos y borradores de obras que, tiempo después, sería posible contemplar en el propio Museo Dalí, en el Reina Sofía de Madrid o en el MoMA de Nueva York. Por supuesto, también allí se podía apreciar su belleza, pero la naturalidad e ingenuidad que se mostraban en esas instantáneas las hacían más hermosas y cercanas. 

       En realidad, las pinturas, esas obras de arte que se exhiben en las pinacotecas y museos del mundo, no debían ser creadas con ese fin, o al menos no inicialmente, creía Arito. Era preciso que antes formaran parte de un pequeño universo personal: una vivienda, una habitación, un claustro…, o que, en su origen, tuvieran una finalidad práctica, como el cartel de una exposición, la cartelera de un cine, la propaganda de los antiguos facsímiles en tiempos de guerra o las pinturas y esculturas de las iglesias europeas. Sería después, tras haber pasado por esa fase de humanización como parte de un entorno más salvaje, cuando ascenderían a la categoría de obra de arte, susceptibles ya de ser desposeídas de su privacidad y funcionalidad para acabar siendo mostradas con el único objetivo de que los visitantes del museo las admiraran. Arito tenía esta y otras muchas extrañas ideas sobre el arte.

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